Caminando por las calles de La Paz
Raquel siempre había estado fascinada por el idioma español. Lo había estudiado en la escuela y continuaba practicándolo en su tiempo libre. Así que cuando se encontró en La Paz, Bolivia, por un trabajo, estaba ansiosa por sumergirse en el idioma y la cultura local. Por eso apenas terminó de registrarse en el hotel, salió a caminar por la ciudad.
Mientras caminaba por las concurridas calles y escuchaba a la gente hablar, Raquel no podía evitar notar las características únicas de la gramática española. Se maravillaba de cómo los sustantivos y los adjetivos concordaban en género y número, y cómo los verbos podían conjugarse para transmitir diferentes tiempos y modos. Era como si el idioma mismo fuera una entidad viva y respirante, constantemente evolucionando y adaptándose a las necesidades de sus hablantes.
Pero no era solo el idioma lo que cautivaba a Raquel. A dondequiera que volviera, veía evidencia de la rica y diversa cultura que la rodeaba. Desde los coloridos textiles y la intrincada joyería hasta la animada música y danza, había una vitalidad y energía en el pueblo boliviano que ella nunca había experimentado antes.
Mientras exploraba la ciudad, Raquel no podía evitar sentir una sensación de nostalgia por su infancia en Estados Unidos. Recordaba cómo su madre horneaba pasteles de manzana los domingos y cómo su padre la llevaba a juegos de béisbol en las tardes de verano. Y así, reflexionando sobre su propia historia, se dio cuenta de que había algo universal sobre la experiencia humana. No importa de dónde vengamos ni qué idioma hablemos, todos compartimos una humanidad común que nos conecta entre nosotros, pensaba.
Un rato después, deambulando por los mercados y las plazas, Raquel encontró un hermoso chal hecho de lana de alpaca. Los colores eran vibrantes y la textura era suave, y sabía que tenía que tenerlo. Se acercó a la vendedora, una mujer amable y curtida con una sonrisa cálida, y Raquel comenzó a negociar con su español roto. Mientras regateaba el precio, sintió una sensación de parentesco con la mujer. A pesar de sus diferentes orígenes y experiencias de vida, pudieron comunicarse y conectarse a través de esa simple experiencia compartida de comprar y vender un objeto, un objeto con mucho sentido para ambas.
En las próximas semanas, Raquel continuó explorando la ciudad y sus alrededores. Visitó museos y galerías de arte, probó la comida local e incluso intentó bailar la música tradicional. Y mientras se sumergía en la cultura, comenzó a sentirse cada vez más en casa. Hizo amistades con los lugareños, aprendió más sobre su historia y tradiciones, e incluso comenzó a soñar en español.
Finalmente, el trabajo de Raquel llegó a su fin, y se preparó para regresar a Estados Unidos. Pero al despedirse de los amigos que había hecho en Bolivia, sabía que siempre llevaría un pedazo del país en su corazón. Se había enamorado de la cultura, la gente y el idioma, y sabía que volvería algún día para continuar explorando este hermoso y fascinante país.
Cholita boliviana vistiendo un chal.
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Recorre la ciudad de La Paz junto a los chicos de Viajar Como Reír.